“El año venidero será un acontecimiento: porque si estamos más oprimidos que hoy nos levantaremos en son de protesta, si nuestros esfuerzos en organizarnos han procurado algún desahogo a nuestra condición de proletarios, entonces nos alzaremos como una sola masa, como merece tan grandiosa conmemoración cantando el himno de la redención de la humanidad.”
El párrafo anterior, escrito en Iquique en 1906, podría aparecer como premonitorio de los terribles acontecimientos acaecidos en diciembre del siguiente año. Nadie imaginaba - ni el mismo autor del párrafo refiriéndose a la manifestación obrera del primero de mayo celebrada en esa ciudad - , cual sería el desenlace trágico de las diversas movilizaciones de trabajadores pampinos que empezaban a desarrollarse en los primeros años del siglo XX, reclamando por mejoras en sus condiciones de vida. La penosa situación de miles de pampinos, llevaría a éstos organizarse de muchas formas para enfrentar sus miserias y tomar conciencia de que estaba en sus manos terminar con la explotación patronal y mejorar cualitativamente sus niveles de enseñanza, empleo, habitabilidad, sanidad y previsión social. Al mismo tiempo, en las ciudades del desierto se organizaban protestas y huelgas de obreros de diversos rubros y gremios que concitaban la simpatía de los pampinos, con lo cual surgía una tímida pero creciente solidaridad de clase que se transformaría muy luego en el gran movimiento obrero de Chile, que logró con su férrea lucha avances importantes dentro del Estado para cambiar sus miserables condiciones de vida por otras más dignas, en el marco de la legislación social de protección al trabajador y a su familia que tuvo que adoptar el Estado.
Iquique sería testigo en 1907 de movilizaciones obreras en la ciudad, que rápidamente ganaron adeptos en la pampa salitrera, desde donde miles de obreros en marcha convergerían en ese puerto con la finalidad de apoyar esas huelgas y reivindicar sus propios derechos sociolaborales, que estaban seriamente conculcados a causa de la explotación de la que eran víctimas por parte de los propietarios de las oficinas salitreras, en complicidad con el Estado chileno. Ese año convertirá los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique en un episodio dramático en la historia de Chile y en un momento decisivo de la historia del movimiento obrero. Después de muchos días de protestas, de huelgas, de marchas por las calles polvorientas de la ciudad - que estaba seriamente perturbada en sus actividades rutinarias -, los obreros y sus familias son declaradas personas peligrosas por el gobierno, conminándolos a buscar un sitio donde quedarse, mientras era declarado el estado de sitio en la ciudad. Los acontecimientos que sobrevinieron el 21 de diciembre de 1907, a partir de la orden del gobierno a través del intendente de la provincia y ejecutada por los militares son más bien desconocidos hasta ahora por muchos chilenos. La historia nos relata que después de fracasadas las negociaciones, los obreros se niegan abandonar la escuela Santa María donde los habían llevado, rechazando las órdenes del Intendente Carlos Eastman y del general Roberto Silva Renard , quienes les exigían volver a las faenas. La negativa de los pampinos fue motivo suficiente para dar la orden de fuego de ametralladoras sobre los indefensos hombres, mujeres y niños que se encontraban en ese lugar, y terminar con la vida de muchos de ellos, mientras otros lograban escapar de la refriega, y otros miles eran obligados a retornar a sus lugares de origen en la pampa, donde se les impuso un régimen de terror. No está claro cuantos fueron los obreros muertos y cuantos sus familiares que tuvieron el mismo destino en la escuela y en sus alrededores en la tarde del 21 diciembre de 1907. Algunas fuentes indican que fueron centenares y otras miles de personas, entre hombres, mujeres y niños. La Cantata de Luis Advis y Quilapayún nos interpela señalando que fueron aproximadamente 3.600 pampinos y pampinas.
Lo que está claro es que se trató de la matanza de trabajadores más grande que recuerda la historia nacional, en un momento de apogeo de la explotación y exportación del salitre y los consecuentes incrementos en las utilidades de los propietarios de las oficinas salitreras de la provincia de Tarapacá, cuyos capitales los hacían cada vez más ricos, mientras los obreros de las oficinas salitreras soportaban la expoliación industrial y humillantes condiciones de vida, sometidos a largas y extenuantes jornadas de trabajo, resistiendo las altas temperaturas diurnas del desierto, apenas protegidos por un vestuario no apto para esas condiciones laborales; con insuficientes medidas de seguridad industrial que no alcanzaban para prevenir accidentes y muertes por el trabajo pesado; viviendo en habitaciones muy precarias sin ninguna comodidad; sometidos a un régimen casi feudal de relaciones de trabajo, sin recibir un estipendio justo a cambio de su fuerza de trabajo vendida al dueño de la Oficina; involucrados en un mecanismo de pago a través de fichas que se habían progresivamente desvalorizado en su importe nominal, y que se debían permutar obligadamente por alimentos y otros enseres en la pulpería, que también era propiedad del dueño de la Oficina; sometidos a malos tratos y castigos severos si la producción disminuía o si se faltaban a las reglas de la Compañía; no contaban con programas de seguridad social que les permitiera protección sociolaboral para ellos y sus familias; eran vulnerables a enfermedades infecto-contagiosas y a otras producto de la contaminación del polvo; es decir, vivían atados a una denigrante condición humana, afectados por la pobreza, la alienación, el alcoholismo, y otras secuelas producidas por su condición de proletarios subyugados al gran capital de entonces.
Las llamadas “cuestiones sociales” habían comenzado a gravitar en el país una vez terminada la Guerra del Pacífico, originadas a partir de las condiciones infrahumanas en que vivían grandes conglomerados de personas en los sectores rurales y urbanos. Entonces no tardaron en hacerse sentir distintas movilizaciones gremiales que reclamaban por mejores condiciones laborales, sociales, educacionales, habitacionales, etc., las cuales recorrieron el territorio nacional en toda su extensión, como por ejemplo fueron las huelgas de portuarios y peones de aduana de Valparaíso en mayo de 1903, la semana roja de Santiago en octubre de 1905 [realizada por trabajadores de mataderos], la de ferroviarios, estibadores y otros gremios de Antofagasta en febrero de 1906, todas severamente reprimidas por las autoridades políticas y policiales de la época, dejando un importante saldo de muertos y heridos entre los manifestantes. Pero las huelgas y mítines más graves que convocaban más adherentes se produjeron en las recientemente incorporadas provincias de Tarapacá y Antofagasta, que habían sido transformadas en verdaderos botines de guerra, y en donde la industria del nitrato extraía la riqueza que se concentraba en esos suelos. Frente a estas demandas y reivindicaciones obreras, el poder ejecutivo no podía seguir desatendiendo las paupérrimas condiciones de vida de las masas trabajadoras, y para aquellos fines destinó comisiones de estudio que se trasladaron a las provincias nortinas con la finalidad de recoger información de los servicios públicos y de la forma en que se desarrollaba la labor de los trabajadores salitreros en particular. Los informes evacuados daban cuenta de una situación sombría que debía ser resuelta con la intervención estatal para enfrentar los problemas más urgentes. Pero estas medidas no se concretaban, por lo tanto, se acumulaban las tensiones y las demandas laborales en el escenario político, económico y social de la pampa.
Por otro lado, diversos líderes de opinión levantaban su voz denunciando la condición de los trabajadores, y desafiaban a las clases sociales dominantes para que abandonaran su actitud de desprecio hacia los obreros. Se cuentan entre estos personeros a miembros del Partido Demócrata , organización que intentaba representar a los sectores obreros aunque su inclinación era hacia la escuálida clase media de la época. El historiador chileno Ricardo Donoso señala que también otros hombres públicos y letrados, como Armando Quezada y Alejandro Venegas, llamaron la atención hacia las penosas condiciones en que vivían los obreros del salitre, la explotación por parte de la pulpería, la obligación de la circulación de las fichas y la degradante condición de las habitaciones; asimismo hacían saber las hondas diferencias sociales en el país, que no permitían la instrucción del obrero, su seguridad social y el fomento de la previsión . Por supuesto, tampoco estuvieron ausentes en estas circunstancias líderes populares que comprendieron la situación de los obreros y proponían medidas remediales, como es el caso del obrero tipógrafo Luis Emilio Recabarren , quién se trasladó a la pampa con la finalidad de instruir en la enseñanza y en la organización a los trabajadores, pues confiaba en que estas herramientas eran vitales para superar las condiciones de vida de los obreros y sus familias. También destacó en estas labores Ladislao Córdova Retamal, sobreviviente de la matanza de la escuela Santa María, quien después se radicó en Arica, llegando a ser autoridad edilicia de esta ciudad.
Llama la atención que las primeras huelgas y paros obreros efectuados en los albores del siglo XX no contaran con el apoyo de partidos políticos, pues los que existían - con excepción del Demócrata -, no se involucraron en estas luchas, y no es sino en 1912 que aparece el primer partido obrero que lo hará, lo que convierte a esas luchas en más memorables aún, puesto que son las propias organizaciones obreras las que llevaron a cabo el camino de la emancipación de los trabajadores. En este sentido, fueron las Mancomunales Obreras las que se convirtieron en la organización natural de los trabajadores, desarrollando acciones que mezclaban lo social con lo político, transformándose en las genuinas representantes de la expresión organizada del movimiento. El historiador y escritor Sebastián Jans nos relata al respecto en su libro “El desarrollo de las ideas socialistas en Chile”, que “precisamente, el 01 de enero de 1900, surge la primera mancomunal, la organización proletaria por excelencia, que jugará un rol decisivo durante siete años cruciales de lucha social. Es fundada por el aguerrido gremio de los lancheros de Iquique, gestor de la gran huelga de 1890, que estructura la Combinación Mancomunal de Obreros, constituida con los distintos gremios marítimos, y que se extenderá hacia los trabajadores de la pampa salitrera. Así, lancheros, estibadores, jornaleros, artesanos pobres y obreros de las oficinas salitreras, se unirán en defensa del trabajo y la protección y solidaridad mutuas” .
No obstante, los gobiernos de la época desatendían las demandas de los obreros y de sus organizaciones, y era escasa la creación de medidas sociales que aliviaran la penosa situación de las masas trabajadoras del salitre, por lo tanto, la agitación social no se hacia esperar. El historiador peruano Luis A. Sánchez nos señala que “la crisis financiera acicateaba el descontento. El exceso de emisión del papel moneda había producido un derrumbe financiero […] Chile se hallaba ante una de sus peores épocas. Parecía que el auge nacido de la segunda guerra del pacífico llegaba a su fin. Ante esa realidad, la exasperación gubernativa descargó todo su peso sobre los obreros sublevados. El gobierno de Pedro Montt [el tercer Montt presidente: dato muy decidor por cierto] se halló con el agudo conflicto obrero del salitre, y no atinó a solucionarlo sino por la violencia. El criterio de autoridad predominaba en la mente de los estadistas, ante cuyos ojos resultaba inédito el fenómeno de la insurgencia de las masas”. Hay que agregar que no sólo el gobierno chileno reaccionaba indiferente y virulentamente ante esta realidad, también no se hacía esperar la intervención de “los señores del salitre”, tanto extranjeros como chilenos, que no esquivaban energías para oponerse a las justas reivindicaciones de los obreros.
Según el investigador iquiqueño Mario Zolezzi V. , los obreros que se encontraban en huelga en Iquique el 16 de diciembre de 1907, presentaron sus demandas en un Memorial que reclamaba lo siguiente:
Aceptar que mientras se supriman las fichas y se emita dinero sencillo cada Oficina representada y suscrita por su Gerente respectivo reciba las de otra Oficina y de ella misma a la par, pagando una multa de 50.000 pesos, siempre que se niegue a recibir las fichas a la par.
Pago de los jornales a razón de un cambio fijo de 18 peniques.
Libertad de comercio en la Oficina en forma amplia y absoluta.
Cierre general con reja de fierro de todos los cachuchos y chulladores de las Oficinas Salitreras, so pena de pagar de 5 a 10.000 pesos de indemnización a cada obrero que se malogre a consecuencia de no haberse cumplido esta obligación.
En cada oficina habrá una balanza y una vara al lado afuera de la pulpería y tienda para confrontar pesos y medidas.
Conceder local gratuito para fundar escuelas nocturnas para obreros, siempre que algunos de ellos lo pida con tal objeto. Que el Administrador no pueda hacer arrojar a la rampla el caliche decomisado y aprovecharlo después en los cachuchos. Que el Administrador ni ningún empleado de la Oficina pueda despedir a los obreros que han tomado parte en el presente movimiento, ni a los jefes, sin un desahucio de 2 a 3 meses, o una indemnización en cambio de 300 a 500 pesos.
Que en el futuro sea obligatorio para obreros y patrones un desahucio de 15 días cuando se ponga término al contrato. Este acuerdo una vez aceptado se reducirá a escritura pública y será firmado por los patrones y por los representantes que designen los obreros.
¿Era mucho pedir? La respuesta patronal y del Estado se dilató, lo cierto es que ésta no llegó sino años más tarde cuando se implementaron una serie de leyes sociales que vendrían a culminar parcialmente la lucha del movimiento obrero, y a reivindicar los “memoriales” de los trabajadores de la pampa . La década de 1920 vio la creación de políticas sociales modernas que legislaron en torno a los contratos de trabajo, el derecho a huelga, los sindicatos, los tribunales laborales, el seguro obrero obligatorio, indemnización por accidentes del trabajo, etc., es decir, un conjunto de medidas paliativas que garantizaban algunos derechos básicos tanto en el sector laboral como en el de la seguridad y previsión social, para lo cual se pusieron en marcha organismos tales como el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social y diversas Cajas. De este modo, la lucha heroica de los pampinos de 1907 obtenía sus primeras conquistas y se había constituido en la génesis de un movimiento social que no se detuvo hasta bien avanzado el siglo XX, cuando otro episodio trágico de la historia de Chile interrumpe un proceso político-social, que con aciertos y errores, también le rendía un homenaje a esos obreros vilmente asesinados. La historia oficial había ocultado los pormenores de esa matanza, sin embargo, más temprano que tarde habrían de conocerse sus detalles y reivindicar la memoria histórica de una nación que no debe olvidar que gracias a esas luchas y a sus mártires muchos de los trabajadores de hoy pueden tener logros y avances en la legislación sobre el trabajo y la protección social, sin olvidar que otros todavía esperan el fruto de esas conquistas. Si bien, las condiciones actuales son diferentes a aquellas de los albores del siglo XX, hoy se presentan nuevos desafíos económicos y sociales que deben ser atendidos con organización y participación de los trabajadores en la búsqueda progresiva de mejores condiciones laborales y previsionales para ellos y sus familias.
* El autor, Carlos Gallardo Ravanal reside en la ciudad de Arica y tiene el siguiente e-mail: crgallardo@gmail.com
Foto: obreros del salitre
Arica, diciembre de 2007
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