Sabido es que las numerosas sectas milenaristas o apocalípticas que nos anuncian el fin del mundo para pasado mañana se siguen equivocando. Si no fuese el caso no estaría yo escribiendo estas líneas o tú no las estarías leyendo, confiesa que como prueba de lo que afirmo no está nada mal.
Una de las sectas más conocidas, los “Testigos de Jehová”, han fallado los cuatro acabos de mundo que anunciaron para los años 1874, 1914, 1925 y 1975, de modo que bien podrían dedicarse a dar fechas para la llegada del salario ético o el advenimiento del crecimiento con equidad: cuestión credibilidad se van pareciendo a la Concertación. Otras sectas se han hecho célebres por sus tendencias suicidas o criminales, como por ejemplo la “Orden del Templo Solar” responsable, entre otros, de la muerte de dieciséis de sus adeptos en las montañas del Vercors [Francia] “que se fueron volando a la estrella Sirius para escapar al cataclismo final”.
Decir que están piraos o fallaos del píloro no ayuda, en Chile quien oye voces del más allá se hace elegir senador y algún otro iluminado ha ido hasta inventar un transporte público que debía llevar los pasajeros volando, aunque todavía no se sabe muy bien a qué estrella.
En fin, que entre los iluminados también se podría contar a quienes anuncian las crisis económicas, a menos que en este caso los piraos sean los ministros que tienen “la economía blindada” y pasan lo mejor de su tiempo contando que todo va bien y mañana mejor [sobretodo para las multinacionales].
Entre los primeros se cuenta por cierto Monseñor Goic, presidente del Episcopado, este humilde servidor y sobretodo Michel Rocard, ex primer ministro francés, quién estima que todos los factores de una crisis económica mundial de una amplitud considerable están reunidos. Así como lo lees. Quienes conocen a Rocard saben que es de los expertos que hablan en difícil, de esos que cuando terminan de responder a tu consulta ya no comprendes ni la pregunta que habías hecho.
Rocard es un socialdemócrata asumido que ha ido hasta proponer la expulsión de las filas del socialismo francés de todos los que aun creen en el socialismo y que ha decretado que no hay que “soñar” con un mundo mejor ni con una sociedad diferente visto que el mercado ha terminado por imponerse y que hay que ser pragmático. Voilà, Rocard es un “pragmático”.
De ahí que resulte curioso descubrirlo en su nuevo rol de Casandra, anunciador de desgracias, catástrofes, azotes, calamidades, debacles, estragos y desastres, para decirlo en una palabra de algo así como la crisis final del capitalismo. Y no es que el rol le venga mal: a Rocard, como a Casandra, nadie le escucha.
En una entrevista publicada por el “Nouvel Observateur” [Ed. 2249 del 13/12/2007], titulada “La crisis mundial es para mañana”, Rocard describe el drama que viene. Nouvel Observateur.- Con los excesos de la «financiarización» de la economía se suele decir que estamos en las vísperas de una crisis mundial de una amplitud como la de 1929. ¿Que piensa Ud? Michel Rocard. – Estamos en una situación extraña. Los signos anunciadores de una crisis susceptible de dañar el equilibrio general de la economía se acumulan y no obstante los «operadores» siguen silenciosos. No dicen nada aunque por la primera vez en dos siglos el capitalismo es combatido no por sus víctimas, sus pobres, o por los intelectuales portavoces de las víctimas, como Marx y Engels, sino por economistas objetivos. Hoy día la crítica viene desde el corazón del sistema. El penúltimo libro de Patrick Artus, uno de los economistas franceses más respetados, tiene por título: “El capitalismo se está autodestruyendo”. Su último libro tiene un título premonitorio: “Los incendiarios”. Los “incendiarios” en cuestión son los banqueros centrales. Realmente debe haber algo podrido en nuestro sistema para que Joseph Stiglitz, estadounidense premio Nóbel de economía, ose titular su última obra: “Cuando el capitalismo pierde la cabeza”. Uno tiene que perdonarle a Rocard el no mencionar que la crisis ya está aquí, o al menos una de las tantas crisis que sacuden el capitalismo un año si, y el otro también. Y también el que oponga las víctimas del capitalismo y sus portavoces como Marx y Engels a lo que llama los “economistas objetivos”. Como hay que perdonarle considerar que las víctimas del capitalismo no están “en el corazón del sistema”. Para Rocard sólo están en el corazón del sistema los “economistas objetivos”, partidarios del capitalismo pero críticos en lo que se refiere a su conducción. Como Patrick Artus, cuyas múltiples actividades incluyen la de ser consejero de Natixis, “líder bancario de dimensión internacional” y analista financiero especializado en administrar inversiones bursátiles cuyas performances en la Bolsa de París son para llorar a gritos. Cada cual tiene los modelos que puede. No obstante, cómo no coincidir con Rocard y con Artus cuando señalan que los “incendiarios” son los banqueros centrales. En alguna ocasión me he referido a esos patriotas como “los bomberos pirómanos”. En esa lista se cuentan Vitorio Corbo, Alan Greenspan, Jean-Claude Trichet y otros irresponsables similares [siempre en la tesitura de ser justos, a los sucesores de Corbo y de Greenspan hay que darles el tiempo de mostrar de qué son capaces].
La entrevista prosigue:
N. O. – ¿Qué es lo que lo pone tan pesimista? M. Rocard. – Para ilustrar mis palabras partiré de la evolución de la deuda de los EEUU [deuda de los hogares, de las empresas y del Estado] en un período largo. Se ve claramente su aumento desde 1982 [presidencia Reagan] hasta el 2005 [presidencia George Bush] a pesar de una cierta estabilización bajo Clinton. Cuando la crisis de 1929 la deuda estadounidense –aproximadamente 130% del producto nacional- ya estaba en el “corazón del sistema”. ¡Hoy en día esa deuda supera 230%!
¡Para evitar la quiebra el sistema financiero estadounidense debe tomar prestados dos mil millones de dólares al día! He ahí mi primera inquietud. Ud me dirá –y esta es la segunda rareza de nuestra situación-, que el sistema financiero se “atomizó”: si los grandes bancos mundiales a través de los cuales llega el escándalo son cuatro veces más grandes que en 1929, operan en un mercado 50 a 100 veces más grande porque las transacciones cotidianas se cuentan en decenas de miles de millones de dólares.
Esta dilución, esta atomización ha amortiguado las crisis que reaparecieron a contar de 1990. Hay que recordar que de 1945 a 1980 el mundo solo ha conocido quiebras nacionales, no crisis mundiales. Era uno de los grandes éxitos del capitalismo regulado. El problema –y vuelven mis inquietudes-, es que desde 1980 la esfera financiera a tomado una importancia colosal. De golpe, nos vemos confrontados a crisis financieras recurrentes de gran amplitud: crisis latinoaméricanas en los años ochenta que afectaron todo el continente americano, crisis asiática en los años noventa que hizo daños enormes aun cuando quedó circunscrita a una docena de países, crisis del sistema monetario europeo en 1992, estallido de la pompa de jabón de la “e”-economía en el 2000. Los centenares de miles de millones de dólares carbonizados por el hundimiento de los valores bursátiles con ocasión de este segundo temblor son comparables a las pérdidas registradas cuando la crisis de 1929. Los choques son menos instantáneos, menos brutales, menos impresionantes tal vez, pero son de todos modos aterradores aun cuando la atomización de los mercados los ha hecho menos repentinamente brutales. Miremos ahora las cosas de más cerca comenzando por la deuda. La deuda estadounidense, excluyendo la banca, acaba de alcanzar los 39 billones de dólares [1 * 1012]. Es evidente que nunca será reembolsada. Estamos en una lógica que no deja esperar ninguna inversión de tendencia. El problema es pues el de la “sostenibilidad” de esta deuda, abultada cada día con sus intereses compuestos. Hasta ahora, tasas de interés históricamente bajas permitían pedir prestado y rembolsar. Con el alza del precio del petróleo que se mueve cada semana en torno a los U$ 100 el barril y el aumento de los precios de los productos agrícolas, dopados por el aumento de la demanda alimentaria de India y China, esta posibilidad está desapareciendo. Me explico: para luchar contra el retorno de la inflación los bancos centrales están obligados a aumentar sus tasas de interés. Es el deber de Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, y ciertas instituciones como el Banco de Inglaterra no dudan en aumentar francamente el precio del dinero. La atomización del mercado nos ha preservado hasta ahora de una crisis general, pero los milagros no duran. Ya ves, cuando un humorista llamado Milton Friedman, muerto de la risa, explicaba que: “nosotros los EEUU no le debemos nada a nadie, porque la deuda está expresada en dólares... y somos nosotros los que fabricamos los dólares”, no mentía. Lo que trae a colación esa aserción tan conocida: “Cuando le debes 40 millones a tu banco, no duermes. Cuando le debes mil millones a tu banco, quién no duerme es el patrón del banco...”. En este caso “el banco” son los países que han financiado y continuan financiando los déficits estadounidenses. Si el imperio quiebra... ¿Quién pudiese salir indemne?
Como quiera que sea, en las palabras de Rocard uno descubre estupefacto que este “experto” ignoraba que ya en el siglo XIX se había analizado y teorizado la fatal imposición del poder de las finanzas por sobre el capital industrial. Para darse cuenta basta con leer “El Capital” [publicado en 1885], o en su defecto “El imperialismo fase superior del capitalismo” [publicado en 1917] aunque su lectura le provocase a Rocard una pitiriasis versicolor terminal. Esa ignorancia hace que Rocard descubra con “inquietud” [y con un retraso de un siglo] que “el problema es que desde 1980 la esfera financiera a tomado una importancia colosal”. ¡No! ¿En serio?
Otro elemento que merece consideración es la tésis de Rocard que proclama la “atomización” del mercado finaciero y alaba las virtudes de tal “atomización”, capaz de amortiguar las crisis, de hacerlas “menos brutales, menos impresionantes”. Vista la celeridad con la que se difunden las crisis financieras entre los “bancos mundiales” [p. ej. la crisis de las hipotecas llamadas “subprimes”] los argumentos en favor de dicha tésis parecen salidos directamente de las condiciones necesarias para que funcione la caducada Teoría del Equilibrio General más que de un examen de la realidad. ¿Quién puede afirmar que la “atomización” de la que nos habla Rocard hace autónomos, o independientes unos de otros los bancos atomizados? Para Rocard, contra la evidencia misma, el proceso de adquisiciones, fusiones y absorciones bancarias, de OPAs y OPIs, en suma el proceso de concentración del poder financiero no existe, como no existe la dependencia que crea el mercado “interbancario”. Uno puede apostar a que si Rocard se rindiese a esa simple evidencia, la crisis que anuncia sería aun más inminente...
Por otra parte uno no puede sino reaccionar ante la pretendida fatalidad de la subida de los tipos de interés [“para luchar contra el retorno de la inflación los bancos centrales están obligados a aumentar sus tasas de interés”], que si uno escucha a Rocard pareciera ser gobernada por el principio físico de causalidad, válido en todo el universo y por cierto en el cuesco de los patriotas que regentan con plena “independencia” los Bancos Centrales.
Aquí la política y los intereses de miles de millones de seres humanos no tienen nada que ver, no llevan velas en este entierro. Ni siquiera la simple constatación de la divergencia de las reacciones de los Bancos Centrales ante la amenaza inflacionista le permite a Rocard imaginar lo contrario: el BC de Chile aumentó los tipos, el BCE los mantuvo, la FED los bajó. En el universo económico no hay principios universales: la ley de la gravedad funciona, pero de acuerdo a la pinta del cliente.
No deja de ser sintomático que Rocard, como tantos otros expertos, juzgue la brutalidad de las crisis mediante la lectura de los porcentajes, sin considerar en ningún momento que las cifras ocultan la triste realidad de cientos e incluso de miles de millones de seres humanos. La entrevista nos proporciona otras perlas de inteligencia y de rigor intelectual:
N. O. – ¿Como se llegó a esta deuda colosal cuando hay tanto dinero disponible?
M. Rocard. – El paso de un equilibrio a un desequilibrio masivo, generalizado, se debe al cambio de la repartición del producto nacional bruto, entre “salarios” [salarios e ingresos de protección pagados por la Seguridad Social] y los “beneficios” [beneficios industriales, honorarios de profesiones liberales, remuneraciones “directas” en el mercado].
Este movimiento es muy sensible en Francia pero se le observa también en los EEUU y en el conjunto de los países europeos, incluyendo los países del Este integrados aceleradamente en el capitalismo. Grosso modo los salarios pasaron de un 71% del PIB en 1981 a un 60% en el 2005. ¡Casi 11 puntos de menos!
Hoy en día en Francia, si el producto interior bruto hubiese conservado la misma distribución que en 1981, los hogares hubiesen gastado en salarios e ingresos de la Seguridad Social 130 mil millones de euros más. Afectados al consumo, estos 130 mil millones de euros hubiesen dado al menos un punto de crecimiento más cada año. Y tendríamos en Francia medio millón de desempleados menos.
Lo que prueba que no hay que escupir en la sopa: finalmente Rocard nos dice lo que ya sabíamos desde la época de Adam Smith, que el fondo del problema es la distribución de la riqueza, o si prefieres, la distribución del ingreso. Para ser justos, Rocard ya había puesto en evidencia la indescriptible concentración del ingreso en los EEUU en el prefacio a la edición francesa de “El fin del trabajo” de Jeremy Rifkin [1997]. Por otra parte tal vez convenga ponerse de acuerdo en las cifras: 11% del PIB francés arroja una cifra más cercana a los 200 mil millones de euros por año. Esa es la parte del PIB francés que pasó de la remuneración del trabajo a la remuneración del capital. Lo que Rocard no dice es que ese proceso tuvo lugar durante los años de gobierno socialista, incluyendo el período en el cual el propio Rocard fue primer ministro [1988-1991].
El fenómeno que Michel Rocard acusa de ser el responsable de la crisis que viene se desarrolló a vista y paciencia de Rocard Michel. Lo que demuestra que para hacer “le grand écart” entre la aceptación del mercado y la “soi-disant” defensa de las víctimas del capitalismo hay que tener una flexibilidad de gimnasta rumana o muy poca vergüenza intelectual.
En todo caso llama la atención que Rocard considere que el bendito “equilibrio” fue alcanzado cuando la parte de los salarios en el PIB era mucho más importante que hoy en día. De ahí a pensar que Rocard y los socialdemócratas están por impulsar una masiva redistribución de la riqueza... hay un abismo.
Sigamos con la entrevista que al respecto es ilustrativa:
N. O. - ¿Que pasó? ¿Como se explica la nueva “distribución” entre salarios y beneficios?
M. Rocard. – Para comprender la perversidad de esta nueva distribución que no le permite al consumo sostener el crecimiento, ni a largo plazo crear los medios para rembolsar la deuda, hay que acordarse de cómo funcionó el capitalismo triunfante de 1945 a 1975.
Durante treinta años la economía occidental progresó a un ritmo de un 5% anual, sin crisis financieras y con un desempleo casi nulo [un 2% de la población activa es más o menos el desempleo friccional debido a la movilidad profesional]. ¿Las razones de esta belleza? Precisamente los malos recuerdos de la gran crisis de 1929, de su cortejo de desgracias con la proletarización de las clases medias y finalmente la guerra. Para que tal catástrofe no se reprodujese, el mundo occidental instaló tres tipos de correcciones cada una de las cuales tuvo por padre una personalidad excepcional: lord Beveridge, lord Maynard Keynes y Henry Ford. Beveridge es el inglés que inventó la Seguridad Social, que teorizó el hecho que haciendo mucha protección social no solamente se humanizaba el sistema sino que se le estabilizaba impidiendo que la demanda –mantenida al menos en el tercio del poder de compra- cayese. Segundo regulador, Keynes. Mensaje a los dirigentes políticos: en lugar de utilizar la política monetaria y presupuestaria como instrumentos de regulación nacional, utilizadla para acelerar o desacelerar los temblores que provienen del exterior, del mercado mundial, allí donde los países democráticos se afrontan. Eso funcionó. Tuvimos la prueba experimental durante treinta años. El tercer regulador, Henry Ford, es estadounidense. Este industrial decía: “Pago mis obreros para que me compren mis automóviles”. Con el New Deal, los grandes trabajos de Roosevelt, esta política de altos salarios y de fidelización de los asalariados calificados le permitió a la economía estadounidense repartir rápidamente después de la crisis de 1929. Francia utilizó el Plan, ese foro entre sindicatos, patrones y Estado, reunidos para preservar un alto nivel de demanda [y por lo tanto de salarios] con el fin de permitir anticipaciones de fuerte consumo. En suma, nos lanzamos todos, más o menos, en políticas de reconocimiento del mundo asalariado y de legitimación de una política de altas remuneraciones porque, para la mitad baja de la población, estas últimas son casi enteramente afectadas al consumo. Y fundan el crecimiento.
Resultado: un crecimiento sostenido, pero con un gran ausente, el accionista, uno de los componentes de los “beneficios” según la contabilidad nacional. Este fue el gran olvidado en términos de distribución de dividendos durante todo este período. Todo cambió en los años 90 con la aparición de los fondos y primero que nada de los fondos de pensiones. Los accionistas se organizaron y, tratándose de su jubilación, exigieron un retorno sobre la inversión cada vez más elevado. Corolario: una presión cada vez más fuerte sobre los salarios que cesaron de progresar al ritmo de antaño antes de bajar en valor absoluto. Los fondos de inversión –menos del cuarto de los fondos de pensión pero más agresivos- intensificaron la tendencia. Y los fondos de arbitraje o “hedge funds” juegan el mismo juego. Para garantir a los accionistas una remuneración elevada, no dudan en desmantelar su presa y en venderla por partes. Para desolación de los asalariados reducidos a la dimensión de una variable de ajuste.
El nuevo sistema –todo para los accionistas, lo menos posible para los asalariados- es casi caricatural con los “hedge funds”, esos fondos especulativos. El conjunto de esos fondos está presente ahora en todas las empresas del mundo occidental de más de 2.000 asalariados. Su presión se ejerció primero sobre los dirigentes que no distribuían bastantes dividendos: rápidamente los reemplazaron. La presión se tradujo luego por la externalización de todas las funciones –limpieza, mantenimiento, servicios sociales internos- cuyo personal estaba alineado con los salarios del personal calificado que hacía la reputación de la empresa. Toda esa gente fue despedida y reinstalada en pequeñas empresas sin sindicatos, sometidas a restricciones salariales enormes porque los fabricantes, que son quienes mandan, pueden cambiar de subcontratista sin previo aviso. Fue así como se instituyó la precarización del mercado del trabajo [16% de los asalariados franceses hoy en día] con, como consecuencia de esta reducción “obligada” de las horas trabajadas, un congelamiento o una reducción de los salarios, la aparición de los “working poors” [trabajadores pobres] y de verdaderos pobres sin trabajo.
Con una pobreza de masa evaluada a 10 millones de personas en Gran Bretaña y entre 5 y 6 millones en Francia, la parte de los salarios en el PIB ha evidentemente retrocedido con relación a los “beneficios” reinvertidos de manera especulativa. De donde viene, a falta de una demanda suficiente, un crecimiento anémico, incapaz de contener la hemorragia de los déficits y una deuda cada vez más difícil de rembolsar. Sacré Michel! Uno podría darle el perdón sin confesarlo. Entre las motivaciones de las “correcciones” del capitalismo que lo hicieron triunfar durante los treinta gloriosos años de fuerte crecimiento [1945–1975] Rocard no menciona la amenaza bolchevique. El triunfo de la revolución rusa en 1917, solo doce años antes del hundimiento del capitalismo en 1929, fue un poderoso estímulo a la “generosidad” de lord Beveridge, a la de Henry Ford, e incluso a la de Maynard Keynes.
Imaginar un solo instante que la política de altos salarios fue el producto de la “ilustración” y la inteligencia de los capitalistas de antaño bastaría para condenar como imbéciles a los capitalistas contemporáneos. Y para creer en ello aun habría que olvidar las luchas obreras que sacudieron Europa durante toda la primera mitad del siglo XX.
Sacré Michel! Tomar las palabras de Henry Ford en serio [“Pago mis obreros para que me compren mis automóviles”] quiere decir que Rocard acepta la tésis de un Ford que nunca tuvo beneficios [costes de instalaciones e insumos + salarios + beneficios = producto de la venta de los automóviles, ¿o no?, las cuentas no salen]. Luego, Rocard olvida que los fondos de pensiones le “pertenecen” a los asalariados que a su vez son futuros pensionados. Afirmar que los accionistas [asalariados] exigen un retorno de inversión más elevado presupone dos cosas. Primero que los asalariados forman parte de la dirección de los fondos de pensiones lo que es evidentemente falso [suelen no tener ni siquiera representación]. Segundo, que los supuestos intereses de los accionistas asalariados [mayor retorno de la inversión para los fondos de pensiones] atentan contra los intereses de los futuros pensionados que por el momento son asalariados: salarios más bajos traen consigo pensiones más bajas. Es lo que se suele llamar la racionalidad de los agentes económicos.
No obstante, Rocard, que de otras cosas entiende pero de contradicciones no, tiene razón en algo esencial: los trabajadores asalariados han sido reducidos a la dimensión de una variable de ajuste. Precisamente durante el período histórico en el que Rocard ha ejercido responsabilidades de gobierno, tareas que le permitieron, entre otros, crear impuestos regresivos como la CSG [contribución social generalizada].
Para un chileno de hoy la descripción de Rocard a propósito del pillaje a que han sido sometidos los salarios y los derechos de los trabajadores asalariados no es novedad. Del mismo modo que este social demócrata “moderno” es corresponsable de las desgracias que denuncia, la progresía chilena es corresponsable del modelo económico que justifica y defiende, cuyas trágicas consecuencias intenta ocultar tras un discurso existista y mercachiflero. De todos modos hay que retener las lecciones de Rocard: a] salarios altos = crecimiento dinámico de la economía, b] los malos de la película son los accionistas que secuestran una parte importante del producto para consagrarla a inversiones especulativas. El remedio parece entonces muy claro: subida general de salarios y confiscación de la renta de los accionistas para destinarla a la inversión productiva. No. Demasiado simple. Si se te ocurriese sugerir tal política, Rocard exigiría que te expulsasen del PSF. Las ultimas dos preguntas de la entrevista, y las correspondientes respuestas, también valen la pena.
N. O. – Búsqueda de una plusvalía instantánea, especulación desenfrenada y, como lo indica la crisis de los créditos hipotecarios en los EEUU, « titrización » de los créditos y creación de productos cada vez más sofisticados hunden los mercados en la opacidad: todos los ingredientes de una crisis mayor están reunidos. Pero la situación también ha cambiado: está el crecimiento generado por los países emergentes que releva la locomotora estadounidense averiada. También está la abundancia de liquidez: los petrodólares y los excedentes estructurales chinos o japoneses.
M. Rocard. – Con relacion a la economía física real, esta liquidez efectivamente no tiene precedentes. Pero ella no se orienta a la inversión a largo plazo. Prefiere las inversiones financieras especulativas. Todos los banqueros se lo dirán, a pesar de su afinamiento, las políticas económicas no pueden nada en el uso y la evolución de esta liquidez.
Este disfuncionamiento, cultural en su naturaleza, estructural en su resultado, es terrible. Nadie sabe como puede terminar, y tengo la convicción que pronto va a explotar. De ahí yo saco dos conclusiones. La primera es que hacen falta respuestas mundiales, reformando las instituciones financieras creadas hace más de medio siglo en Bretton Woods. Nuevo director del Fondo Monetario Internacional, nuestro amigo Strauss-Kahn dirige una “vaina” que no es operativa porque no tiene los medios de confrontar estas nuevas crisis. Pero tiene la información: es el lugar central para emitir un diagnóstico y hacer proposiciones. Mi segunda conclusión: si en Francia el PS fuese capaz de comprender lo que ocurre, de hacer la conexión entre la situaciones nacional e internacional y pudiese explicar las razones del aumento del trabajo precario en Francia, daría al fin la impresión de responder a la situación. Habrá una prima para el primero que sepa explicar.
Lo que está en cuestión hoy en día es el capitalismo en su forma mundializada y financiarizada y no el mercado del cual soy partidario. ¡Hacer este tipo de análisis, darle una respuesta nos reconciliaría con los “gauchistes”!
Finalmente, es esencial que nuevas reglas ayuden a preparar una plaza comercial inteligentemente negociada a estos nuevos socios enormes que son China y la India.
Habría que comenzar por explicar que la “opacidad de los mercados” es consustancial a los mercados mismos y en ningún caso la consecuencia de la creación de productos financieros más o menos sofisticados que no hacen sino aprovechar la mentada opacidad y aumentarla. Pero lo realmente aterrador es la afirmación de Rocard: “las políticas económicas no pueden nada en el uso y la evolución de […] la liquidez”. Si la política no puede nada contra la especulación… ¿qué interés tiene participar en política?
Rocard, -como la socialdemocracia estilo Lionel Jospin-, decreta la impotencia de la política y se resigna a ella consagrando al mismo tiempo la inutilidad de los políticos.
¿Hay que sorprenderse del descrédito de los partidos ante la opinión pública?
Peor aun, la preferencia por la inversión especulativa es para Rocard un simple “disfuncionamiento de naturaleza cultural…”. Hay que pellizcarse, puede que estemos soñando. Es evidente que Rocard no conoce la frase atribuida a Robespierre: “Si un banquero salta por la ventana, salta detrás de él. Allí está el dinero”. “Disfuncionamiento de naturaleza cultural…” ¡No te jode! Ahondando en su impotencia asumida y resignada Rocard prosigue: “Nadie sabe como puede terminar, y tengo la convicción que pronto va a explotar”. Solo le falta sugerir un suicidio colectivo que permita irse “volando a la estrella Sirius para escapar al cataclismo final”. Algo de eso hay: para justificar la inacción en el ámbito de las responsabilidades nacionales Rocard concluye en la necesidad de preparar “respuestas mundiales, reformando las instituciones financieras creadas hace más de medio siglo en Bretton Woods”. Ya se sabe, cuando todos son responsables, nadie es responsable. Aun así hay que reconocerle a Rocard el coraje de definir el Fondo Monetario Internacional como lo que es: una “vaina” [un “machin”]. En eso Rocard no es pionero: Joseph Stiglitz y Edward Prescott, premios Nóbel de economía, ya habían sugerido hace años la eliminación, por inútil, de la “vaina” que sigue dictando las políticas económicas de un país como Chile.
Inútil e incompetente, el Fondo Monetario Internacional no logra ni siquiera equilibrar sus propias cuentas y vive de subvenciones. Como dice Rocard: una “vaina”.
“Vaina” a la cual Rocard le reconoce no obstante algunas virtudes, como la de concentrar la información necesaria a la emisión de diagnósticos y a la elaboración de proposiciones. Se ve que Joseph Stiglitz va a poder escribir otro capítulo de sus conocidos estudios a propósito de las “asimetrías de la información”.
Lo que no impide constatar, una vez más, que el tratamiento de cuestiones que inciden en la vida de miles de millones de seres humanos debe ser terreno privativo de los “expertos” y de las “vainas” que los albergan. La política, medio de expresión de la voluntad ciudadana, debe quedar fuera.
La segunda conclusión de Rocard se traduce por la condena definitiva de un PS francés que no le escucha ni le hace caso: “si en Francia el PS fuese capaz de comprender lo que ocurre…” Queda claro que el único que comprende algo es Rocard, esta moderna Casandra que nadie quiere oír. Los líderes del PSF apreciarán en lo que valen las reflexiones del ex primer ministro que termina con un paso de gigante para la teoría económica contemporánea cuando afirma: “Lo que está en cuestión hoy en día es el capitalismo en su forma mundializada y financiarizada y no el mercado del cual soy partidario”. Pero… ¿No se trata de lo mismo Michel? Mercado y capitalismo mundializado y financiarizado… ¿No son en el mundo de hoy las dos caras de la misma moneda? Ser partidario de uno es ser partidario del otro, el capitalismo no se compra por capítulos. Lo que puede explicar porqué “les gauchistes” tampoco escuchan a Michel Rocard, y la poca falta que les hace.
Finalmente, resulta patético de la parte de Rocard reclamar una plaza comercial para la India y para China que desde luego no le esperaron ni a él ni a nadie para imponerle al mundo sus productos, sus servicios y sus mercados. Las mejores cosas siempre tienen un fin, la entrevista también. He aquí la última pregunta acompañada de la última respuesta:
N. O. - ¿Que se puede hacer?
M. Rocard. – Primero que nada está el ataque ético. En el centro de esta presión sobre los salarios, de esta voracidad especulativa de las altas clases medias y de las clases ricas, la gente estafa cada vez más: delitos con las stock-options, delitos de información privilegiada… Hay que mantener una penalización del derecho comercial.
Del mismo modo, hay que limitar la remuneración de los grandes patrones. En la época de Henry Ford se les pagaba 40 veces el salario medio, ¡hoy en día se les paga 350 o 400 veces esa cantidad! [se puede considerar que este sobrecosto directorial es despreciable, pero es particularmente inelegante y nocivo]. Puesto que se quiere menos Estado, el capitalismo debe ser ético. Segundo elemento: reglamentar las OPAs en el ámbito europeo enunciando criterios que impidan la destrucción y la precarización de la población asalariada del grupo así constituido.
Enseguida, es necesario que los acuerdos relativos al derecho social alcanzados en el marco de la Organización Internacional del Trabajo [OIT] sean compatibles con las reglas de la Organización Mundial del Comercio [OMC] que hace del libre mercado una religión. Hoy en día, los Estados pueden ignorar alegremente lo que firmaron con una mano en la OIT cuando negocian en la OMC. Finalmente, yo creo en la economía social. He militado desde hace cuarenta años para darle su estatuto, su marco.
Creo que la clave del problema es el cambio del estatuto jurídico de la empresa. En lugar de pertenecer a los aportadores externos de capital, elle debe estar hecha por la comunidad de hombres y mujeres que ganan su vida compartiendo un mismo proyecto económico. N. O. – ¿Retorno a la autogestión?
M. Rocard. – No quisiera emplear palabras que molestan. Tratándose de un proyecto mundial solo veo una fuerza capaz de llevarlo a cabo: la socialdemocracia internacional. Será necesario defender todo lo que produce contra todo lo que especula. Esa es la nueva lucha de clases.
Aunque le pese a Michel Rocard la eficacia de la ética en materia de justicia social todavía no ha sido probada: los sindicatos han obtenido mejores resultados con sus luchas allí donde todavía es posible sindicalizarse. Tal vez el mejor camino “ético” consistiese en hacer obligatoria la sindicalización de todos los trabajadores asalariados. Algo me dice que los patrones estarán siempre dispuestos a hablar de ética, [como Serge Dassault, productor y vendedor de armas de destrucción masiva que no duda, en sus saludos de navidad, a llamar a la paz universal al mismo tiempo que le vende a Kadafi sus aviones de combate de última generación], y muy poco proclives a discutir “éticamente” con sindicatos poderosos. En esta materia, como en otras, Michel Rocard no es sino un dulce soñador ajeno a una realidad que solo conoce a través de las estadísticas. A menos que Rocard haya querido jugar fonéticamente con eso del ataque ético que en francés se pronuncia “lataketik”.
Su deseo de limitar los salarios de los patrones [tan poco elegantes…], además de ser un deseo piadoso llega algo tarde: Joseph Stiglitz cuenta en su obra “Cuando el capitalismo pierde la cabeza” que los ejecutivos de las grandes multinacionales ya le robaron centenares de miles de millones de dólares a sus accionistas, muchas veces con la complicidad de los fondos de pensiones. Las cifras citadas por Stiglitz provocan escalofríos. La sugerencia de Rocard en el sentido de reglamentar las OPAs europeas para evitar los despidos masivos haría sonreír si no fuese porque las consecuencias son tan graves. Las fusiones, absorciones y adquisiciones se hacen precisamente para eso: para reducir costes gracias a las economías de escala, reducción de costes que pasa inevitablemente por la eliminación de miles de puestos de trabajo. Sería más simple prohibir las OPAs, o sea prohibir el capitalismo…
Para terminar, hacer compatibles los acuerdos de la OIT relativos al derecho social con las reglas de la OMC…
¡Michel Rocard cree en Papá Noel! Todo el mundo sabe que en la OMC no son los Estados los que negocian sino las multinacionales, con el objetivo declarado de eliminar cualquier obstáculo a la mundialización. Hasta prueba de lo contrario los representantes de las multinacionales piensan como Pierce Barnevik: “Yo definiría la mundialización como la libertad para mi grupo de invertir donde quiera, el tiempo que quiera, para producir lo que quiera, aprovisionándose y vendiendo donde quiera, y teniendo que soportar las menores restricciones y obligaciones posibles en materia de derecho del trabajo y de convenciones sociales”.
Cher Michel, algo me dice que habrá que pasar por las viejas recetas sindicales que recomiendan la lucha social para obtener el respeto de los derechos que se le arrancan al gran capital. ¿Capitalismo ético? ¡Tú mismo!
Que Michel Rocard debe fumar no solo tabaco lo prueba su solución para resolver las contradicciones del capitalismo: “la clave del problema es el cambio del estatuto jurídico de las empresas”. No haberlo pensado antes… la de huelgas que nos hubiésemos ahorrado, la de muertos, la de golpes de Estado, la de guerras que nos hubiésemos economizado… En esto, como en otras cosas, Michel se quedó en sus pecadillos de juventud, en su “autogestión”, versión moderna y más complicada de los antiguos falansterios de Charles Fourier. Pobre Michel. Pobre.
A estas alturas debes estar pensando que uno le tiene manía a Michel Rocard… No es el caso [bueno, sí, un pelín]. Desengáñate: el objetivo principal de esta nota no consiste en dejar en evidencia al hombre sino al pensamiento y a la práctica políticas que llevaron la socialdemocracia a la tumba después de haberla transformado en un remedo de murga neocapitalista.
Foto Luis Casado
01/01/2008.
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