La secuela de efectos en la economía chilena de los ingresos del cobre cuando la libra de cobre se sitúa a más de US$ 3 la libra provoca alarma en el sector exportador que pierde competitividad en el exterior, amenaza el empleo – se menciona una pérdida, no suficientemente comprobada, de 40 mil puestos de trabajo en el sector industrial – provoca un incremento en las importaciones de bienes del sector comercio, que agregada a la importación de bienes a muy bajo precio de las economías del sudeste asiático [China, Corea, India], plantea serias contradicciones entre los sectores exportadores e importadores; importadores y productores locales de bienes no transables.
En este mundo del laissez-faire se han planteado múltiples soluciones técnicas para resolver la relación cobre-dólar, o términos de intercambio “brutalmente favorables”. Entre otras, se menciona la formación de un “fondo noruego” de divisas con pre pago de deuda externa y compra de activos en el extranjero, pago de impuestos con la divisa para las empresas que llevan sus contabilidades en dólares, intervención del Banco Central mediante la compra de dólares en el mercado, aumento del límite de inversiones de AFP en el exterior, pasar de encaje de pesos a dólares, etc.
Para quienes postulan que entramos en las ligas mayores de la economía mundial, en virtud de las excelencias del libre mercado, esto no deja de ser un choque. El despertar es violento, no por la situación en sí misma, que con claro juicio y tranquilidad de espíritu es perfectamente manejable, sino porque es difícil asumir decisiones, que a lo largo de la historia económica siempre se han postergado. Sucedió con el salitre, con masiva entrada de libras esterlinas, que pese a los consejos de North, Balmaceda insistía en exportar en las mayores cantidades posibles para obtener mayores entradas para el presupuesto nacional. En el fondo se trataba de definir claramente una forma de inserción en la economía mundial. Opción que nunca estuvo en la mente de los interlocutores de la época. Nótese que se conocía la experiencia de España en el siglo XVI cuando las masivas entradas de oro y piedras preciosas provenientes de las colonias retrasaron la industrialización de la metrópoli, desencadenaron la inflación y tuvieron las peores consecuencias para las colonias. Ni Balmaceda, ni North sobrevivieron para contemplar la sustitución de la materia prima por el salitre sintético. Pero en el entretiempo, muerto ya Balmaceda, North debió enfrentar severas caídas en el precio del abono chileno en el mercado europeo donde se encontraban sus clientes. En los 70s’ del siglo pasado los precios internacionales del petróleo y el gas, causaron en los países exportadores la desindustrialización de los sectores no-petróleo. Mal que ya había sido bautizado como holandés por el efecto nocivo en las actividades no petroleras que tuvo el descubrimiento de los yacimientos de gas natural en Holanda a comienzos de la década de los 70s’.
Hoy, Chile, Meca del capitalismo libremercadista criollo suramericano, integrado a la economía mundial – objeto en plenitud de las turbulencias financieras creadas con la globalización de los portafolios – firme creyente en las ventajas del laissez-faire, resiente en la práctica, la transformación del capital productivo en capital financiero, tema desarrollado por Marx hace 150 años atrás y retomado por J. M. Keynes 80 años más tarde.
Asegurada la libre circulación de capitales, con un sistema de tasas flotantes, la credibilidad en la autorregulación del sistema monetario internacional no pasa de ser sino una convicción patética, digna de la fe del carbonario. La crisis, en su expresión financiera distingue con meridiana claridad lo que es monetario y lo que es real. Es decir, los hechos financieros de la crisis, bajo su forma de creación de deuda o licitación de activos, son de cuantía muy superiores al dinero vinculado a las transacciones comerciales ligadas a la producción de bienes y servicios. En la economía mundial, estos últimos representan no más de 20 billones de dólares anuales, contra más de 400 billones de aquellos. En el reino del capital financiero, la crisis es sin lugar a dudas un detonante de tremendas proporciones en manos de instituciones que no tienen ningún control sobre la situación. Pasamos así de la regulación mediante las instituciones de Bretton Woods, en el contexto de tasas fijas de cambio, [sistema que periclita con la declaración de inconvertibilidad del dólar, 1971] donde existía cierto equilibrio entre las políticas económicas elaboradas en el ámbito nacional y la liberalización del comercio internacional, a una situación de inestabilidad permanente de tasas de cambio flotantes.
La liberalización del mercado mundial no sólo ha acelerado la movilidad del capital, sino que además ha provocado un estado de permanente desequilibrio en detrimento de la autonomía y de los márgenes de acción del Estado en materia de política económica. En ese cuadro las transnacionales se han constituido en poderosas competidores del Estado-Nación. El mercado se sustituye al poder regulador del Estado y a la autorregulación democrática en el ámbito de las relaciones sociales. Por ello, toda propuesta democrática es neutralizada pues, como lo afirma un autor, si bien el poder puede ser democratizado, el dinero no puede serlo.
Este es el cuadro en el cual se debate el Estado de Chile y para lo cual no hay respuesta dentro del esquema neoliberal librecambista. Sin embargo, el problema de fondo consiste en definir el sistema en el cual es posible la integración a la economía mundial. Problema siempre pospuesto en beneficio de grupos oligárquicos y políticos de todos los pelajes dispuestos a sacar la mejor partida en la repartija. Como una pequeña unidad más, aferrada a la venta de materias primas, navegando entre las olas de la especulación financiera, Chile no hace sino repetir su experiencia colonial cuando a la época del oro, sucede el cuero, sebo y cordobanes, y como república independiente, la plata en el siglo XIX, las exportaciones de trigo al mercado de California, el salitre y el carbón, época a la cual sucede el cobre en la encrucijada del siglo XX. Épocas sin destino regidas por poderes externos, en fin por el Imperio de turno, que muy bien rentaron a los grupos locales que se subieron al carro del auge y que poco o nada dejaron al país.
Por las lecciones que deja el pasado, por la madurez que han ido adquiriendo los sectores sociales más postergados, en fin por la globalización de los movimientos que hoy adquieren conciencia de su rol protagónico, es el momento de diseñar la estrategia que restituya a Chile un lugar en Suramérica. Esto no ha sido la estrategia de los últimos tiempos. Por el contrario, se ha abandonado el pensamiento integrador de los padres fundadores de la nacionalidad, en beneficio de oscuras y vagas quimeras que han sustituido los principios de la solidaridad por los apetitos del mercado. La ley suprema es el laissez-faire y su secuela es la lección, que nunca pudimos o nunca quisimos asumir, lección que hoy golpea nuevamente a nuestras puertas para que entendamos que sólo mediante la integración se podrá asumir como continente los desafíos económicos y sociales que la coyuntura internacional plantea a los Estados Nación, hoy, disgregados en meras unidades de competencia en el mercado mundial, e incapaces de oponerse a los designios de los poderes transnacionales y el Imperio.
Por último, una nota a la intención de los economistas neoclásicos que mantienen incólumes sus teorías frente a los desafíos que plantea la economía mundial en el siglo XXI. La interpretación clásica del empleo y de cómo manejar esta variable a partir del centro de su preocupación, esto es la economía monetaria, impide a esta corriente de pensamiento ver los problemas de la economía mundial. Su interpretación da por sentado el problema de lo que se produce y en qué proporción se combinan los factores de producción y cómo se distribuirá lo producido, esto es, da por sentado, precisamente la relación que se trata de estudiar y para la cual no tienen respuesta en el caso específico de la relación, precio del cobre-precio del dólar.
La relación fundamental en la economía keynesiana es la relación tasa de interés-empleo, mediante la cual se busca dilucidar la tasa de interés de equilibro para un determinado nivel de empleo. Relación clave que compete establecer al Banco Central, y con la cual se expresa el equilibrio monetario.
Con relación a la demanda, siendo el dólar la moneda de referencia del comercio exterior, el poder de compra, o salario real, se mide según el valor de la divisa. Por ello, el razonamiento político [básicamente normativo] del equilibrio entre tasa de interés y empleo, se expresa en la manipulación de la tasa de interés: ya sea a la baja para neutralizar la recesión o al alza para evitar la inflación y buscar un punto entre estos dos valores para llegar así a un precio del dólar que no dañe las exportaciones, ni encarezca las importaciones.
En el lado de la oferta de bienes y servicios, existe un nivel de empleo [vagamente referido como de pleno empleo], correspondiente a una tasa de interés, compatible con el nivel de producción.
La relación compleja, de capacidades productivas y laborales con la cantidad de dinero de la economía, expresada en términos de la divisa rectora, determina en definitiva un nivel de demanda efectiva.
En período corto, el nivel de inversión de la economía depende de la capacidad real productiva de la economía para absorber los flujos de ahorro. En el límite de esta capacidad el efecto es la inflación.
Tratándose de una economía abierta, el alza de la tasa de interés es neutral pues el juego de expectativas de inversión en la economía doméstica, que en definitiva determina la tasa de interés, es sobrepasado por las expectativas de inversión en los mercados externos. Los ingresos del cobre – cuyo precio se sitúa a más de US$ 3 la libra – trae a colación la inversión de los recursos adicionales así obtenidos, en el exterior [o fondo “noruego”]. Esta neutralidad de la tasa de interés en la situación de sobre precio del cobre demuestra, la imposibilidad de la economía chilena en reconvertir el capital financiero en capital productivo. Conclusión, que refleja no sólo la fragilidad del crecimiento basado en la exportación monoproductora, sino la debilidad estructural de la economía chilena. En último término, al margen del salario real que se establezca persiste un nivel de desempleo en la economía, o situación de desempleo durable en un nivel determinado de la función de producción [concepto keynesiano]. Situación que tendrá efectos permanentes en el punto en el cual se igualan la Oferta y Demanda Globales de la economía.
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